EL CATARISMO EN CATALUÑA PER JORGE VENTURA SUBIRATS:
Els catars, perseguits per la inquisició, fugiren de la Catalunya Nord i es refuguiaren a l'altre cantó dels Pirineus. A l'exili intentaven reagrupar-se al voltant d'un ancià.
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El heredero espiritual de Autier, Guillem Belibasta, era hijo de Cubieres, en el Capcir. Arrestado, junto con Felip Dalairac, en 1310, tuvo la suerte de poderse evadir junto con su compañero y refugiarse en Catalunya adonde llegaron en 1312. Desde entonces se escondió por los poblecitos catalanes sin ceder, como su compañero Felip, a la tentanción de volver a su país, y correr la misma suerte de volver a ser arrestado.
Para camuflarse, Belibasta se hizo llamar, desde entonces, Pere Belibast. Para empezar, trabajó como empleado de sus propios creyentes, que le pagaban un sueldo como a los demás pastores. Se trataba de sus compañeros Pere Mauri y Guillem Maurs, que poseian rebaños cerca de Tortosa. Habia llegado hasta ellos después de vivir en las ciudades de Flix y Lleida. Tortosa tenía más recursos que ofrecerle, y así permaneció dos años en esta ciudad, en la que pudo recorger algún dinero y comprarse su propio rebaño. Hacia 1315 se instaló en Morella, en las montañas valencianas, de las que ya no volvió a salir hasta el cabo de seis años, excepto para presidir las reuniones que en la vecina villa de Sant Mateu pronto quisieron celebrar sus creyentes, venidos allí de diversas partes de Catalunya.Tan pronto como, por medio de Pere Mauri y de Guillem Maurs, los fugitivos de la Inquisición apamiense supieron de la presencia de un ancià cerca de Sant Mateu, fueron arreglando sus cosas para instalarse alrededor. La razón era de peso para ellos ya que, como declararía más tarde uno de ellos, Pere Mauri, era preciso tenerle cerca para poder recibir de él, a la hora de la muerte, el consolament purificador del alma.
Durante algún tiempo, en los primeros años del exilio, Belibasta había vivido con otro ancià como él, Ramon de Tortosa que murió a finales de 1314. Belibasta acudió para asistirle en sus últimos momentos, y, para no despertar sospechas, mandó llamar a un sacerdote para que le administrara la extremaunción, y el propio Belibasta echó agua bendita sobre su cadáver, según el rito romano.
Hombre inculto, Belibasta, su predicación no era ni mucho menos la que Pere Autier habia usado para convertir a aquellas buenas gentes, que añoraban el alto nivel intelectual que sus reuniones habían conocido. Pero aun así estaban satisfechos, por su privilegio de vivir junto al depositario del poder de su iglesia, y quien sabe lo que de su grupo hubiera surgido, a no ser porque la Inquisición envió un espía a Catalunya con encargo de encontrarles.
Este espía fué Arnau Sicre, miembro de una familia bien conocida por su adhesión al catarismo. Su madre, Sibil·la d'En Batlle, fué quemada viva por su fe, y por este motivo sus bienes habían sido confiscados. Reducido a la miseria decidió entregar un hereje fugitivo en las manos de la Inquisición y estos le prometieron cincuenta libras por hereje.
Pero Sicre recorrió toda Catalunya sin haber hallado a nadie... Hasta que un dia. desanimado ya, hacia el año 1318, se detuvo en la villa de Sant Mateu, en donde decidió descansar. Encontró hospedaje y trabajo en casa del zapatero local. Estaba un día trabajando en la tienda, cuando pasó por la calle una mujer gritando si alguien tenía granos para transportar al molino. El zapatero le dijo que aquella mujer era originaria del país de Foix. Intrigado, Sicre corrió a su encuentro, y en pocos instantes se reconocieron: era Guillemeta Mauri.
Pronto menudearon sus visistas, y Arnau Sicre entró en relación con los restantes Mauri y hasta con Belibasta en persona. No tardó en hacerse su amigo, pero, no obstante, tenían razones para desconfiar de él. Todos se preguntaban si el hijo de Na Sibil·la d'En Batlle paseía la entendensa del bé. Guillemeta acabó por preguntarselo. Y Sicre respondió con sumo malhumor que odiaba a los herejes, a causa del mal que habían causado a los de su casa. Pero inmediatamente se dia cuenta del grave error que había cometido, comprendió que había llegado el momento de cumplir con su misión, y reparó su error diciendo que no había querido traiccionar sus sentimientos íntimos, por prudencia, pero que ahora, en vista de la fe cátara de sus amigos, no vacilaba ya en proclamar bien alto sus creencias. Esto pareció satisfer a todos, y desde el dia siguiente fue admitido en las reuniones secretas.
Al principio, su actuación fue chapucera, Parecía ignorar hasta el más mínimo detalle de sus deberes y de las costumbres cátaras. No sabía lo que era el melhorament, ni la manera de hacer la veneración al ancià. Grave situación para quien se proclamaba creyente desde hacía tiempo. Además, con el buen deseo de mostrarse generoso, había cometido la gran equivocación de ofrecer una comida a Belibasta, cuyos platos principales eran a basa de carne. Los creyentes, escandalizados y perplejos, le adjuraron a que les diese su palabra de no ser uno de aquellos falsos apóstoles que se mezclaban con los buenos a fin de traicionarlos. Le suplicaron que no fuese infiel a su sangre, ya que era en recuerdo de su hermano Ponç y de su madre Sibil·la que lo habían recibido en medio de la asamblea de los fieles. Sicre lo tuvo en cuenta todo, aprendió el melhorament, y ya no compró más que pescado, procurando halagar el amor propio del ancià y repetir sus profesiones de fe cátara.
Faltaba empero un detalle pro aclarar; Pere Mauri le preguntó un día qué era lo que había venido a hacer en Catalunya. Sicre (que ya esperaba esta pregunta y hasta la deseaba) le replicó que había venido a buscar a su tía Azalaïs, a su hermana Ramona, y a su hermano Bernat. Como que su familia había sido despojada de sus bienes por la Inquisición, esperaba que Azalaïs, que gozaba de una buena posición, le prodría ayudar. Sus nuevos amigos se interesaron enseguida por sus investigaciones. Tanto Azalaïs como Bernat eran todos buenos creyentes; el deber de todos era encontrarles para ponerles en contacto con Belibasta. Arnau fue incluso hasta consultar un adivino de la región, para conocer el paradero de su tía; los cátaros se lo habían aconsejado. El adivino, sin comprometerse demasiado, respondió que se encontraba en el reino de Aragón. Los cáraros entusiasmados, decidieron que Arnau Sicre iría, pues, a Aragón y que si llegaba a encontrar a los refugiados, los traería consigo a Sant Mateu, junto al ancià. Además, se combinaron ya los casamientos de Sicre con Mateua, la hija de Esperta Cevel, y de Arnau Mauri, el hijo de Guillemeta, con la hermana de Sicre, Ramona.
A principios de 1319, el espía Sicre se despidió de la iglesia cátara y partió, no en busca de sus parientes, como dijo, sino en realitdad a entrevistarse con Jaume Fornier, que entusiasmado le dió dinero y permiso para hacerse pasar por creyente. Más animado ya con aquella doble ayuda, Sicre volvió a entrar en Catalunya y, quince días antes de la Navidad de 1320, volvía a hallarse en Sant Mateu, después de una ausencia de nueve meses.
Contó a los herejes que había dirigido sus investigaciones por la región del Pallars, y que había tenido la suerte de encontrar a sus familiares. Su tía y su hermana vivían felices en un pueblecito de aquella comarca. Pero la primera, vieja y enferma de la gota, no podía, a pesar de sus grandes deseos, emprender el viaje que la pondría junto a Belibasta. Consentía, por otra parte, el casamiento de su sobrina con Arnau Mauri, con la condición de que Ramona se quedara a vivir con ella. y suplicaba al señor de Morella que viniese en persona a presidir aquella ceremonia en el pueblecito del Pallars, y procurara así a su fiel creyente el consuelo de verle, servirle y compartir su foruna con él. Como argumento decisivo, Arnau Sicre mostró a Belibasta una suma de doce anhels de oro que su tía le había dado para los gastos del viaje, y de la cercana solemnidad navideña.
No sabiendo que hacer, Belibasta, pidió unos días para reflexionar acerca de la oportunidad de aquel viaje. Inclusó consultó un adivino valenciano, llamado de mote Galia, pero lo que éste le dijo no acabó de tranquilizarle. Pero los cátaros de su propia iglesia se hallaban entuasiasmados con la idea del viaje, y ellos acabaron por convencerle. Mientras, Sicre fue a Valencia, en donde había sabido que se refugiaba su hermano, Bernat, pero éste tuvo la suerte, cuando él llegó, de haber salido ya de la península para instalarse en Sicilia. Finalmente, hacía la mitad de la cuaresma de 1321, Sicre, Belibasta, Pere y Arnau Mauri se pusieron en camino para el Pallars. La noche del primer día se detuvieron en Beceite, en casa de Ermessinda Mauri, a quien Sicre no inspiró confianza. En la segunda noche, se detuvieron en Ascó, en donde le emborracharon para poder descubrir sus verdaderas intenciones. Pero Sicre, que comprendió las de ellos, hizo ver que se hallaba en plena embriaguez, y Pere Mauri le transportó a su cama. En secreto, Mauri le propruso denunciar Belibasta para cobrar así cincuenta o cien libras que la Inquisición podría darle, con las que vivirían bien el resto de sus días. Sicre se puso a despotricar contra Mauri, a quien llamó traidor, jurando, con voz fingida de borracho, de que nunca lo permitiría. Luego simuló que caía rendido, y oyó que en la habitación vecina Belibasta y Pere Mauri decidían que era de fiar.
El ancià y Sicre continuaron solos el viaje pasando por Flix, y luego, por la noche, parando en Roca. El cuarto día pasaron por Lérida y el quinto en Agramunt, donde Belibasta vio a dos urracas que se posaban en un árbol, frente a él, lanzando unos gritos penetrantes. Belibasta lo interpretó como mal presagio, y dijo a Sicre: "Dios quiera que me conduzcáis a lugar seguro". Arnau lo tranquilizó, y prosiguieron camino. En tres etapas más, por Trequet, Castellbó y Tirvia, los dos viajeros se hallaron en tierras pirenaicas. En Tirvia Sicre hizo arrestar a Belibasta, que fue conducido a Castellbó, tierra del conde de Foix, en espera de que se le condujera a Carcassona para ser juzjado. Guillem Belibasta, a pesar de su poca cultura y de sus muchas debilidades, se mostró fuerte en su fe y murió quemado, en Vilaroja, por orden del arzobispo de Narbona.
El 21 de octubre de 1321, Sicre fue interrogado extensamente por el obispo Pamies, el futuro papa Benedicto XII, y su larga confesión es la base principal para los detalles dados en las páginas precedentes. El 13 de enero de 1322, los inquisidores le felicitaban por su celo en descubrir a los herejes, y le daban nuevos ánimos para delatar a los restantes. Seguramente, ya se le había pagado su primera recompensa.
La delación de Sicre había causado el desconcierto en la pequeña iglesia de Sant Mateu. Ramona Martí, que vivía con Belibasta, había huido con su hija a Peñíscola; Pere Mauri había escapado a Mallorca; Joan Mauri habí ido a Lérida, en donde había conocido a los Cervel, y acabado por casarse con su hija Mateua, con quienes ahora vivía en Castelldasens, después de haber residido en Juncosa; Guillem Maurs había cometido la tontería de refugiarse en Puigcerdá y ya el 10 de octubre de 1321 Sicre lo había hecho arrrestar, ayudado por un nuevo espía, Guillem Mateu. Maurs fue arrestado por los hombres del veguer del rey de Mallorca, a quien pertenecía entonces la ciudad cercana, y tuvo que esperar encarcelado hasta que la demanda de extradición efectuado por el obispo Fornier, de Pamnies, no fuese concedida por Fray Ermengol Gros, inquisidor del reino de Mallorca.
En mayo de 1323, solo esta vez, Arnau Sicre descubrió e hizo arrestar, en Castelldasens, a Joan Mauri, su esposa Mateua y los Cervel. Unos pocos días antes, había caído en sus manos Pere Mauri, que había vuelto entretanto de Mallorca. Estos herejes pasaron a las cárceles del obispo de Lérida, en donde les interrogaron los inquisidores catalanes Guillem Costa y Bernat Puigcercós, el enemigo de Arnau de Vilanova, durante los meses de julio, agosto, septiembre y diciembre. Por demanda expresa del inquisidor carcassonés, Joan de Beaune, el papa Juan XXII lanzó orden de extración, el 8 de noviembre de 1323, por dos de los fugitivos, los hermanos Mauri, que pasaron a poder de Jaume Fornier, mientras que los Cervel eran juzgados en Lérida. Los Mauri fueron interrogados en febrero, junio y agosto de 1324, e hicieron unas largas deposiciones, que poseen gran interés para el estudio de las clases humildes de Catalunya en aquella época. El 12 de agosto fueron condenados a cárcel perpetua.
El mismo dia Bernat Martí recibió la misma pena, como ya la había recibido también el 19 de junio de 1323, otro fugitivo, Guillem Batlle. Sicre los había hecho arrestar, el primero en Tarascón, el otro en Santa Susanna.
Era el fin total de los cátaros de Sant Mateu. Quedaban en libertad, Ramon Isaura, la familia Mauri y los parientes de Arnau Sicre, que sin duda se habían puesto a salvo en algún lugar de Catalunya, y nunca cayeron en poder de la Inquisición. También se fueron oscuramente a la tumba, llevándose consigo el secreto y la añoranza de las doctrinas cátaras.